Estoy en un país lejano leyendo sin comprender. He viajado
kilómetros para estar sola con la lectura, aunque ahora veo descender los pinos
por el viento en la ventana. Pasan mis ojos por las letras, pasa el viento por
las hojas pesadas y rígidas, pero nada comprendo, nada logro unir. Es el calor
con la brisa que se cuela por aquel espacio abierto, es la estrella de mar y la
penetración imperiosa de la herida del texto. Yo vine desde tan lejos a pasear
mis ojos por las letras, sola.
Vine desde tan lejos
Solo a pasear los ojos por las letras
Sola.
Recorro páginas tras párrafos, resquicios de un pensamiento
que resbala por mis ojos.
Un eco auditivo se repite en mi mente y reincido en el mismo
renglón. Nada decodifico, nada descifro.
Me excuso en la falta de centros, jerarquías y linealidades
que decidimos enaltecer desde los sesenta, y daño todo mi cuerpo para escapar
de esta lectura que vine a hacer desde tan lejos, sola.
Cuando escucho vientos, pianos, cuando escucho, recuerdo la
tristeza que está allá, que está acá, cuando paso por las letras, sola. Y abro
mil cuadernos, para rescribir las frases que repito en mi mente, decodifican
mis ojos, trazo sola, letra a letra, resuena, pero nada comprendo, escribo y
las siento sola. Cierro el cuaderno para que todo lo que transcribo, que el lenguaje
danza en una especie de coreografía lenta y macabra, pueda ser silencioso en la
soledad.
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