Dame siempre, y por un instante, un tono fugaz entre grises.
Me quedo con mis pensamientos encerrados.
Mi cuerpo en un lugar en donde improbable sea descubrirlo.
Por horror ante el
abismo, me duele en el pecho el quiebre del cristal.
No imaginas cuántos colores escinde un cristal transparente
y nacarado que se encierra en cáscaras de naranja.
No imaginas y no quiero enseñarte.
No quiero enseñártelo.
Porque de tanto amar lloraré infinitas mis pestañas hasta
desangrar los párpados morados.
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