En las noches.
En las noches pienso que mañana es el momento perfecto para incinerarme, inmolarme en las bancas, en recuerdos del tiempo.
En las noches creo que debería sentarme en el suelo, como cuando soy japonesa, y tomar té, beber observando el vacío que se escurre tras mi sueño perdido.
En las noches siento que debo volver a tirarme al abismo, que debo romper todo indicio de lo fatuo y nimio que ha impregnado mi cráneo, mi no, mi insignificancia.
En las noches pienso que debo gritar, hacer letreros con el ita tachado. Romper la cordura cuando sea necesario y no temer al color rojizo que inundará mis mejillas cuando al día siguiente me desnude en la iglesia y demuestre a todos que ayer. Lo que ayer, lo que ayer y mañana, lo que nunca hoy, lo que solo hoy habita en. Habita sin ser.
Y en las noches, me imagino en la hierba con el pelo tan largo que supera incluso a la tierra bajo mis tobillos. Me respiro en la coca y en el cielo nublado, limpiando las vasijas que en el cuarto pequeño me esperan contando alacranes que se suceden unos por encima de otros, comiéndose sin ají. Comiéndose.
Y cuando el frío supuestamente sucio llega a mis pulmones, yo me pienso de nuevo compartiendo estampillas, yo me pienso y me pienso en círculos egocéntricos, en círculos y círculos y no en espirales.
Y en el tiempo nocturno hago migas de pan, y me duermo en silencio, cuando rompen las venas, cuando todos gritan y los aliens se acercan, o me pierdo en silencio entre la multitud, voy al Kibbutz, al jazz, a ellos, a mí, a ellas, a nadie.
Y mañana, y hoy cuando es mañana, y hoy cuando fue en la mañana, ya se quiebran los sueños bajo estrellas y nubes porque entonces, porque en ese entonces, entonces pues ya no hay nada que soñar.
Y me duermo, y no tengo ganas, definitivamente no tendré nunca ganas de desnudarme en la iglesia.
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