Se deslizó por su pierna y descendió sobre la tierra. Fue absorbida por algunos átomos nutridores de pasto, aquellos que alimentan los cuerpos que permanecen bajo la litósfera lejos del Hades.
Nadie precisa con exactitud su temperatura.
Más tarde, quizá menos de un segundo más tarde, cayó al suelo otra igual a ella. O quizá una de menos partículas, aunque, claro está, siempre guardando distancia entre una y otra sin perderse de vista. Toda ella es estado líquido y no debe olvidarse.
En el suelo podían precisarse unas huellas que ornaban de manera especial y precisa los cimientos de las plantas sin hojas, aquel suelo de terciopelo mojado natural.
Por lo menos cincuenta plantas alineadas en filas y columnas, adornaban el lugar sacro y común, tan lejos del desierTo, tan cerca de las nubes.
Siente el aire frío que juega con su pelo y lo obliga a bailar muy rígido sobre su espalda desnuda. Ella sigue caminando entre los árboles sin ramas, siente el polvo bajo sus pies, ese polvo que es la tierra, y muchas más gotas aún caen con gracia perfecta, se deslizan de nuevo con la gravedad perenne y ella siente sobre sus piernas el suspiro del mundo.
Respira con precisión, como solamente puede ser. Cierra sus ojos por un tiempo aún más prolongado que un parpadeo cotidiano, y de rojo se vuelve a teñir un fragmento de tierra. Lo deja atrás como el pasto que ya ha pisado.
A lo lejos ruge el río Magadalena y en su oÍdo susurra el silencio musical, cargado de mutismo detallado, que es tierra y es agua, es frío y es ruido, temperatura indefinida, pies descalzos, belleza inmediata, paisaje exquisito... de nuevo, perfección eterna.
Abre sus ojos.
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