Así fue como me hundí fortuita pero lentamente en la cadencia melancólica concreta de tus mejillas.
Adiós al mundo insulso, como mantequilla de agua, panelas desabridas...
Resbalando tantas veces en mandarinas, palabras perdidas para siempre, tropezando debajo de los codos, o sobre los hombros siniestros y puntudos, rotos, morenos ¿blancos? ¿amarillos?.
Hombros y codos como arena.
Sepultada en el garaje, en el depósito del trapero, arena abunda por montones.
Es una desgracia encapsulada, es un sinsabor eterno asfixiante: me cohibe los pulmones, me ahoga en sueños, me detiene la respiración y la sangre, y me suelta oxígeno artificial, como sedante, como anestesia repentina.
Es mi cárcel eterna. La prueba irrefutable de la inexistencia rotunda.
Así fue como sin saberlo me fugué en melodías, me perdí en el silencio, permanecí en el puntillo, y aún no quería concluir la partitura.
Claves de sol... todo estaba en clave de sol, a pesar de que todo solamente podía estar en clave de luna.
¿menguante? ¿llena? ¿acaso era Saturno, sapiente, enfermo?
Me deslicé sobre una espalda pixelada, y con cada paso el pixel se perdía.Un ciberespacio estrecho, sin comienzo e infinito. Un Dios humanizado, una eternidad en la cabeza del hombre.
Con la mirada perdida, la visión superflua, aún yo tomo puñados de arena...Callejón Diagon, callejón Diagon...pero solamente un depósito me rodea, y la oscuridad me encarcela. No existen chimeneas ni polvos flu, ¿cómo haberlo olvidado?.
Sigue con guitarra, sigue con la voz, que de un quinto piso me tiro con almohadas, para caer libre como pluma.
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